LAS NIÑAS DEL CARRITO
Se
llamaban Lía y Chisca. Eran hermanas, casi de la misma edad, Chisca era 14
meses mayor que Lía, y tenía el pelo ondulado y rubito, mientras que Lía lo
tenia totalmente lacio y un poco más oscurito; las dos eran de piel clara como
su madre – que tenia lo que se decía por entonces, piel de marquesa – y tenían
casi la misma estatura; Chisca era la más asustona de las dos y Lía era más
atrevida.
En esa
época, las mujeres tenían muchos hijos seguidos y escalonados, hasta que su
experiencia les enseñaba cuando y como tenían que dejar de parir, aprendiendo
toda clase de subterfugios para no tener traer más hijos al mundo y que pasaran
necesidades, en realidad era “anhelo de todo”, pues no había nada.
Tenían
cuatro hermanos más – dos niños y dos niñas –, una hermana y los dos hermanos
eran mayores que ellas dos y vivían junto con sus padres –Svan y Rossi- en una
casita-choza casi medieval. Svan era doce años mayor que Rossi. Según cuentan
se casaron para que Rossi pudiera escapar del dominio y la crueldad de sus
padres adoptivos que solo la quisieron para tenerla de criada durante el tiempo
que vivió con ellos.
Eran
los primeros pobladores de la zona en donde tenían su
terreno-solar-casita-hogar, un descampado de mala tierra, – por donde pasaba un
arroyo, seco en verano y desbordado en invierno – que no servia ni para que
crecieran los jaramagos y donde los pobres de los sitios más dispares irían
concentrándose y con el tiempo se convertiría en una barriada de las
inmediaciones del centro de la ciudad. En ese tiempo nada más que existían
varias casas muy retiradas entre ellas, esparcidas en ese descampado.
* * *
Tanto
Lía como Chisca, tenían que ayudar a su padre en el único trabajo que tenia a
veces para el sustento de la familia, pues los dos hermanos estaban desde
pequeñitos trabajando en una vaquería durante todo el día y allí les daban de
comer, por dicho trabajo.
Cuando
no tenía trabajo en el campo, Svan pedía permiso al señorito de una finca
llamada el Coscollar, situada a unos 10 kilómetros de
distancia de donde ellos vivían, para podarle gratis los olivos y la madera
recogida la vendía a la panadería que había cercana a su casa.
* * *
Svan
salía al amanecer tirando de un carro con sus dos hijas, Lía y Chisca. Tenían
que transitar empujando el carrito, en dirección norte, por unos caminitos de
polvo, piedras, tierra… entre matorrales y arbustos. Al final de los intricados
caminos, justo antes de llegar a la carretera, tenían que pasar un pequeño
monte donde había una tapia que rodeaba la casa de una familia de apellidos de
ascendencia extranjera – inglesa o alemana – y por supuesto muy rica. Las niñas
acercaban unas piedras a la pared de la tapia y se quedaban un ratito mirando
por lo alto de ella, para ver como era esa casa tan grande y muy diferente a la
suya, después salían corriendo y alcanzaban al carro y a su padre, antes de
llegar a la carretera –camino con algo de asfalto– que les llevaba en dirección
oeste hacia la finca donde Svan tenia que desmochar los olivos del “Coscollar”.
Los
primeros tres kilómetros de la carretera eran empinados y de pendiente
constante, y las niñas tenían que empujar el carrito para ayudar a Svan. A la
izquierda de la carretera había algunas casitas del mismo estilo que la que las
niñas veían por la tapia, pero no tan grandes; después todo se volvía campo a
ambos lados de la carretera.
* * *
Cuando
el terreno era llano Svan tiraba del carrito el solo e incluso en las bajadas,
subía a sus niñas al carrito para que estuvieran alegres y se pasearan. Era una
forma de entretenerlas pues sabía que sus hijas a pesar de su corta edad –8 y 9
años– tenían que trabajar duro al llegar al olivar.
Tanto
Lía como Chisca iban cantado y felices a la ida cuando estaban en lo alto del
carrito. Antes de llegar a su destino, pasaban por delante de la casa-cuartel
de la guardia civil. Allí las saludaba la mujer del jefe del recinto. Era una
señora muy cariñosa, que además no tenía hijos y adoraba a las niñas y les
decía que se llegaran a la vuelta con su padre.
Sobre
las 11 de la mañana llegaban a la finca y dejaban la carretera entrando por un
camino pedregoso donde dejaban el carro y junto con su padre entraban en el
campo.
El carrito de las niñas |
En esa
tarea se tiraban hasta las tres de la tarde. Svan siempre llevaba una garrafa
de plástico con agua para los tres.
Las
niñas acababan con los pies destrozados, pues llevaban sandalias de plástico,
de esas que con el sudor y el polvo se va formando una mezcla que se mete entre
los deditos pequeños, te cubre toda la planta del pie y este se desliza por
dentro de la sandalia. A pesar de todo para Lía y Chisca era como un juego. No
había prisa, ni futuro.
Cuando
terminaban de llenar todo el carro, Svan tiraba de el hasta sacarlo hasta la
carretera. Las niñas se entretenían en el campo intentado limpiarse la planta
de los pies para que estos no le resbalasen en las sandalias y poder empujar el
carro de su padre.
* * *
Chisca
era la más asustona de las dos y a pesar de ser la mayor, le aterrorizaba
quedarse sola en el olivar. Lía, que lo sabia, jugaba con ella y le decía que
iba a salir corriendo y dejarla sola. Chisca ante la provocación de Lía, le
aseguró que le tiraría una piedra si no la esperaba., Cuando Lía empezó a andar
hacia la carretera dejando atrás a su hermana, ésta le tiró una piedra, con tan
mala fortuna que le dio en la cabeza y le hizo una herida por la cual comenzó a
salirle un poco de sangre.
Cuando
llegaron al final del camino, justo antes de la carretera, donde las esperaba
Svan, Lía le dijo que se había tropezado y que se había caído, su padre empezó
a curarla echándole agua de la que llevaban en la garrafa y le puso un trapo
para presionarle la herida.
Mientras
Lía gemía de dolor, Svan le preguntó que como era posible que se cayese hacia
delante y la chifarrada la tuviera en la parte de atrás de la cabeza. Cuando
Lía iba a revelar lo ocurrido a su padre, levantó la cabeza y vio el brillo de
los ojos de Chisca que la miraba fijamente a la cara y en ese momento Lía no
abrió la boca.
* * *
Svan
era demasiado bueno con ellas y no les preguntó nada más pues estaban muy
cansados de recoger los troncones de madera. Una vez pasado el incidente entre
las dos hermanas, y cuando Lía había recuperado el aliento, entre los tres
empezaron a mover el carro de vuelta a casa.
* * *
Cuando
pasaban por delante de la casa-cuartel ─ mientras Svan se iba a la cercana
taberna El Alambique ─, la mujer del jefe del cuartel, doña Lucinda, se quedaba
con las dos niñas. Ellas se lavaban las manos y limpiaban sus sandalias en un
grifo que había a la entrada del patio de la casa-cuartel, y mientras tanto
doña Lucinda les preparaba unos huevos fritos con ajos, pues tanto a Chisca
como a Lía les encantaban.
Durante
el almuerzo, doña Lucinda les preguntaba que si iban al colegio y ellas le
contaban que tenían que ayudar a sus padres, y que por eso no estaban en el
colegio. Las niñas no paraban de hablar y Lía le dijo que el vestido de lanilla
con florecitas que llevaba puesto se lo había hecho su madre.
Cuando
Svan regreso del Alambique, emprendieron la marcha con el carro cargado de
madera, y doña Lucinda se despidió de las niñas.
* * *
Aunque
a Svan no se le notase nada, en la taberna se había tomado más vino de lo
recomendable para la vuelta y al rato empezó a pasarle factura la bebida,
empezó a marearse y no podía apenas tirar del carro, aunque las niñas lo
ayudaban, llegó un momento en que se cayó al suelo y no podía levantarse.
Las
niñas al ver como se encontraba su padre se pusieron a llorar pero, a pesar del
llanto le ayudaban a levantarse y empujaban el carro entre ellas dos. Así
durante todo el resto del camino de vuelta a casa. Para las niñas era un
suplicio, hasta que a Svan se le iba pasando el efecto del exceso de vino
ingerido en la taberna.
Cuando
estaban cerca de la casa, Svan ya se había recuperado de la borrachera del vino
blanco que había tomado en El Alambique, en ese momento, les daba un par de
besos a las niñas y las dejaba cerca de casa y seguía con el carro en dirección
a la panadería, donde entregaba la leña que había acordado con la dueña.
* * *
Lía y
Chisca le contaban a su madre lo bien que se lo habían pasado y no le decían
nada de lo ocurrido por el camino, cuando tenían que ayudar a su padre y
empujar el carrito durante todo el camino de vuelta a casa.
Svan
después de vender la leña recogida en el olivar, en el camino de vuelta a casa
pasaba por una taberna cercana y se dejaba parte de lo ganado ese día.
La cena
de la familia ese día y como casi siempre según recuerdan las niñas del carrito
eran unas gachas y a dormir hasta el día siguiente, que la vida continuaba.
* * *
Doña
Lucinda les buscó un colegio ─ el Saint Anthony para niños pobres ─, para que
pudieran aprender a leer y escribir, y además comer todos los días. Del pan que
le daban en la comida, siempre guardaban un trozo que le llevaban a su madre,
pero el hambre hacia que en el camino de vuelta a casa, se convirtiera en un
trocito.
Dentro
del colegio había una tapia que las separaba de otro grupo de niñas diferentes.
Eran más altas y vestían de uniforme. En su grupo todas tenían ropa de lanilla
floreada y sandalias de plástico.
Chisca y Lía con 16 y 15 años |
* * *
Aún hoy
día las niñas recuerdan ese colegio y las aventuras en el carrito con su padre.
A pesar
de los sinsabores, siempre fueron felices con Svan y Rossi a los que cuidaron
hasta el final de sus días.
A las hermanas más buenas del mundo, que les
trasmitieron a sus hijos/as humanidad y alegría para sus vidas.
Esta historia no se sabe si real o imaginaria, para
que sus hijos y nietos las recuerden siempre